¿Qué es la vida?
Una entrega de un sobre cerrado con un seudónimo
y una pregunta misteriosa:
“¿Quién soy, dónde estoy, adónde voy,
quién son ustedes?
No, por favor, les suplico, solo una noche más,
ahora viene mi hijo del extranjero,
solo una noche más.
Soy aquel hombre que fui. Honesto, humilde, robusto, ambicioso,
luchador y no gasté ni un duro fuera de mi hogar.
He dado de comer a mi mujer (que pronto
caminará el sendero en que estoy atrincherado),
a mis siete hijos y me olvidé de mí mismo.
Nunca les faltó algo ni escuché quejas o quejidos.
Nunca le puse la mano encima a mi mujer ni a mis hijos
a pesar de la educación francesa en que me forjaron.
Bajo mi almohada reposaba el Corán
y en mi garganta La Marseilleise con que ganaba
la simpatía des soldats français.
Era peluquero y a la vez trabajaba como supervisor en
los autobuses para poder mantener a
mi mujer (que con la espalda arqueada me
sigue consolando con su nublada vista como fue la mía)
y a mis siete hijos. El séptimo, el más joven,
viene del extranjero.
Yo soy éste que he sido, yo lo fui, las fotos
lo dicen, mi memoria gris y la de mis hijos
y de mis nietos.
¿Qué es la vida?
Abrir los ojos y decir:
“Una vez, yo he sido yo”.
¡Cuánto daría por poseer una mínima parte de la robustez
que antes tenía ese peluquero, ese supervisor de autobuses,
la robustez de mis hijos que también se va debilitando
por mi culpa y el destino,
la robustez de mis nietos que desconozco ahora el número.
No temas, abuelo, no te preocupes,
yo también estoy en camino y tal vez ni me recuerdes,
ni me veas ni tampoco me divises,
tal vez me confundas con tu hijo que viene del extranjero,
o simplemente me desconozcas,
quedándote en pausa, entre paréntesis, condenado a la abreviatura sigilosa
y yo me quede exilado con el barro con que pintar mi rostro demacrado
en búsqueda de nuevos desafíos
y medallas nunca merecidas.
Esto es la vida:
“Un coronarse inmerecidamente medallas entre un jolgorio de aplausos
de un sinfín de espectros”.
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