dimanche 17 mai 2009

Borges me necesita

 

Borges me necesita

 

 

     La leyenda (y sólo Alá es la leyenda viva de todas las leyendas) cuenta que Emín Arsalán, un rey persa, había mandado a su visir Nisalmulmulk para que le trajera a un poeta juglar, un trovador como aquellos de la Península Ibérica antes de que Isabel y Fernando los apresaran como apresaron a Juana en la habitación de un castillo abandonado en las afueras de Nápoles.

Se dice que Emín Arsalán, un familiar de Selín “le magnifique”, que acababa de tomar Chipre, le habían regalado unas esclavas cristianas, se enamoró de una esclava cristiana.

El rey de Persia cuando fue a rendir honores al rey turco vencedor se le apareció como por arte de magia una de esas esclavas. Él creía que se trataba de Sherazade o Walada y se cayó encima de la alfombra rindiendo pleitesía a aquella mujer que altivamente lucía una áurea túnica rojinegra y unos adamantinos cabellos lacios.

Al galope, con su mejor caballo, harto ligero que Joyeuse, más rápido que Babieca, regresó Emín Arsalán a su alcázar en Ispahán.

Nadie alivió los males del califa. Ni Almutanabi, Abu Nawás ni Omar Jayám pudieron con el veneficio de la cautiva cristiana que tenía como nombre el de Beatrice d’Inferno.

El visir ofreció, entristecido, así su destino al sable de su rey. Emín Arsalán, a punto de cortarle la cabeza, escuchó una lejana melodía de un pastor. El rey, impaciente, le perdonó la vida de su visir y le ordenó que fuera y le trajera ese pastor a su corte. El visir juró no volver sin el pastor.

No supe lo que pasó después porque todo lo que he llegado a contar hasta ahora lo había escuchado de un mercader cuando venía de El Cairo. Llegando a Orán escuché:

“L’histoire du roi de l’Orient est très belle et intéressante, je vous recommande de l’acheter si vous voulez dormir en pleine paix.”

Me acerqué, temblando, a un hombre que decía saber francés y español, y le pregunté que qué había dicho aquel pregonero porque yo no entendía el francés, tan sólo lo hablaba.

Cuando me lo explicó, fui a donde estaba el mercader y le di todas las monedas de oro que en mi bolsa tenía porque no pude conseguir dos arrobas de pasas y dos fanegas de trigo.

El pregonero se esfumó con las monedas de oro y yo me quedé tan satisfecho con esa historia.

Abrí los cartapacios y sólo pude encontrar tres líneas divididas en dos secuencias separadas por un espacio en blanco. Estaban en árabe que yo desconocía. Le pagué a ese hombre, el que decía saber francés y castellano, con lo que tuve para que me lo tradujera al español porque al parecer recuerdo que él también hablaba árabe, pero no lo podía decir por lo del decreto de Cisneros.

Me fui corriendo, como así me aconsejó Leopoldo Lugones, como así se llamaba aquel traductor, para no despertar sospechas y me escondí en un rincón de la terraza de una mezquita y leí:

 

Así ha salvado la vida

Nisalmulmulk el capaz,

Porque al pastor de la copla

 

 

 

 

Nunca pudieron hallar

Con que, el visir que buscaba,

Tampoco volvió jamás.1

 

Cuando terminé de leer estos versos lo entendí todo y saqué unas conclusiones:

-          El visir emprendió su aventura (porque se alargó la búsqueda del pastor) y se dio cuenta después de que su nombre era Simbad.

-          El visir con tanto andar por el desierto olvidó ya el trayecto que había tomado el pastor y no pudo volver a la corte del rey porque sabía lo que le esperaba.

-          El visir jamás salió de la corte porque el rey estaba en un sueño profundo del que no podía despertar.

La última conclusión que me quedó es ésta y que considerarán válida:

-          Toda esta farsa no ocurrió nunca porque me tomé la osadía de leer a Lugones cuando éste, tratando de componer su Romancero, estaba leyendo Las Mil y una noches.

Que conste también que nunca estuve en Orán ni en El Cairo. Ahora que pienso un poco, no sé qué demonios hago en un palacio con una espada esperando a mi visir.

 

[1]

 Mehdi Mesmoudi Padinha

 



[1] LUGONES, Leopoldo, Romancero, Madrid, Espasa-Calpe, 1969., p.96

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