Luz a una luz sin luz
Honesto monarca desapercibido fuiste en tu paraíso
bajo la especie de una biblioteca (herencia de Poe y Dickens) y una vela
que alumbraba las mitologías de Shariar, Aladino
y Borges envuelto en los arduos manuscritos griegos y la duermevela
de los sigilosos sueños de Sherazade y Alonso Quijano.
Los beduinos bravos te divisaban (tenue mariposa) como Chuang Tzu,
unos decían que ahí estaba Jafez, Fray Luis, Silecius;
hipnotizados, inmunes ante tu luz de un aedo mundano.
Las odaliscas taifas rendían tributo ante la frigidez señorial
que ostentaban tus lucios ojos sin luz, sabio Amón de Arabia;
y Charlemagne (aún ebrio de Harún Rachid y Abú Nawás),
te allanaba (con el pundonor de Aníbal) el camino hasta Escandinavia.
Nunca saliste de tu biblioteca (Kipling, Stevenson, Conrad…), un día dijiste,
ni te saliste de Buenos Aires (suburbio de París), (aljofaresco albatros) Ginebra, “la generosa
e injusta España”, María Kodama, ni de mi sensiblero corazón triste,
la gran alma (como dijiste al profesor de Psicología, tu padre), la rosa
que en una mano es rosa y en la otra es Mehdi que en estos versos te llora.
Mehdi Mesmoudi Padinha
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