De repente pienso en Tetuán,
en las mazmorras por donde pasaba el Generalísimo Franco leyendo un periódico,
en las callejuelas taifas como laberintos o ajedrez
(jugando a ser Hermes),
y parece (me parece, y lo defiendo)
que nunca salí de Tetuán, Tánger y sus pétreos horizontes.
Todo se reduce a un mithos cervantino
en el patio de Avellaneda.
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