El miércoles 21 de abril de 2010, en homenaje al cuarto centenario de la expulsión de los moriscos y adhiriendo al plan Concordia morisca, hubo una conferencia bajo el título de « El antes y el después de la expulsión de los moriscos » en la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Abdelmalak Essaadi de Tetuán (Martil).
Debo apuntar, en primer lugar, que el estudiante de Máster Tarik Bubker fue el promotor de esta sugerente iniciativa que dará mucho de qué hablar en las próximas ediciones.
Empezó la conferencia el extremeño Fermín Mayorga, basándose en los documentos oficiales que trajo consigo, condenando la política inquisitorial de la Iglesia y la política española antes, durante y después de la expulsión morisca.
Después le siguió, el Doctor Jaafar de la Facultad de Fez, centrando su discurso en el término “morisco”. Continuamente se mostró en desacuerdo con este término ya que fue creado por los castellanos porque, según el Dr. Jaafar, marginaba al “español que profesaba la ley musulmana”.
“No nos olvidemos – dice el Dr. Jaafar – que estos musulmanes eran españoles, sus padres lo eran también, nacieron en España y por lo tanto eran como todos los demás españoles”.
Por ese motivo, el término “morisco” estaba mal empleado. El término adecuado para esos musulmanes españoles, según el Dr. Jaafar, debía ser “andalusíes” o “gente de Al-Ándalus” como así está registrado en los documentos oficiales marroquíes.
Al terminar, fue el turno del Pr. Mostafa Adila que puso hincapié en que aún hoy en día no se sabe la causalidad de la expulsión morisca, ni tampoco existe un número exacto de moriscos que fueron expulsados del país.
En lo que sí coincidieron los conferenciantes es en el origen español de estos moriscos.
Debo, en primero lugar, agradecer y presentar mis sinceras congratulaciones a mi compañero, Tarik Bubker, por esta idea harto interesante y enriquecedora.
Como seres marroquíes que somos, y yo soy uno de ellos, tengo algunos peros acerca de lo que se ha debatido en este encuentro.
Escuché decir de Fermín Mayorga que “los mudéjares de Extremadura no dieron problemas a la Santa Inquisición”. Tenemos que saber que cuando los castellanos iban derrotando a los musulmanes, controlado las ciudades y ciudadelas, los derrotados (que eran los moros) siguieron viviendo en territorio de los nuevos dueños que eran los castellanos. Estos musulmanes empezaron a llamarse “mudéjares”; es decir, musulmanes que vivían en tierras cristianas, que profesaban el Islam sin ningún problema, aunque pagando tributos. Con la toma de Granada, y, sobre todo, alrededor de 1500 y 1502, Cisneros obliga a todos los musulmanes (sobre todo porque vio que la política de Isabel había fracasado) o a ser cristianos o irse del país. Los musulmanes cristianizados por la fuerza se llamaron “moriscos” porque en público eran cristianos y a escondidas eran musulmanes.
En otras palabras, y según Henry Kamen en su La Inquisición española, antes de 1500 habían mudéjares; y después de la misma fecha, moriscos.
Por lo tanto, noté una cierta confusión en Fermín Mayorga cuando atribuía ambos términos, sobre todo porque se refería a la situación de los musulmanes después de 1500. Aunque son los mismos musulmanes, cronológicamente y su situación socioeconómica no lo son.
En lo que concierne al término “morisco” del que opinó el Dr. Jaafar, tengo dos opiniones opuestas. Una le da perfectamente la razón y otra, naturalmente, le contradice.
Empezaré dando la razón al Dr. Jaafar. El término “morisco” procede de “moro” y de “morisma”.
Cuando nos estamos refiriendo al término “moro”; es decir, una persona musulmana o algo característico de la cultura mora. Aquí no hay ninguna objeción. Pero en el vocablo “morisma”, sí.
El significado de la palabra “morisma” es “multitud de moros”, así está registrado en la mayoría de los diccionarios (por no decir todos); pero, en el Diccionario Real de la Academia Española (última edición) esa acepción se le ha agregado “[…] contemplados como oponentes o enemigos (multitud de moros contemplados como oponentes o enemigos)”. En otras palabras, ya hay unas ideas preconcebidas acerca de esta palabra, sin duda alguna la circunstancia acabó condenando este vocablo.
También podemos hacer otra aclaración a través de una comparación a pesar de lo odioso que es. La palabra que más se parece a “morisma” es “marisma”.
Es acertada completamente esta comparativa lingüística, las dos palabras se parecen, solo la “o” está en el lugar de la “a”.
El significado de la palabra “marisma” es “terreno bajo y pantanoso que inundan las aguas del mar”.
A través de este significado, nos podemos dar cuenta de la connotación de la palabra “morisma” que es el sustantivo, o, el nombre genérico de la palabra “morisco”. Como he citado antes, los moriscos solamente podría ser musulmanes a escondidas, en secreto, cuando y donde nadie los podía ver. Ahí está la significancia de la palabra.
Ahora vamos a hacer un ejercicio morfológico y después sintáctico para demostrar que no estoy elaborando milongas.
La palabra “morisma” es una palabra derivada. El lexema es “mor” e “isma” es sufijo. Podemos citar las palabras de la misma familia; es decir, palabras que contienen el mismo lexema. Éstas son “moro/a”, “morisco”, “morería”… La palabra que estamos buscando es “moro/a”.
Ahora, la palabra “marisma” es también una palabra derivada. El lexema es “mar” e “isma” es sufijo. Las palabras de la misma familia son “mar”, “marea”, “marítimo/a”…
Observamos que las palabras “morisma” y “marisma” concuerdan en el mismo sufijo “isma”. Si hacemos un esfuerzo mental, nos daremos cuenta de lo subalterno del sufijo “isma”, lo más bajo que hay.
En otras palabras, aquí el sufijo “isma” reduce la importancia del lexema, lo infravalora, lo desvaloriza, lo margina y lo oprime. El sufijo “isma” busca distinguir, construir barreras y provocar discrepancias. No estamos diciendo que este sufijo haya sido el causante de la expulsión morisca ni mucho menos, pero sí ha creado odio y resentimiento, una especie de “sensibilización social” frente a los moriscos. Ortega y Gasset, acertadamente, como a menudo, acabó diciendo que “el idioma es, tal vez, la más radical esclavitud del hombre”. La Iglesia ha sabido cómo sacar provecho de algo tan simple como un sufijo. El idioma español fue una herramienta decisiva que empleó la Iglesia para difundir sus retorcidas y retrógradas ideas, sembrar el odio y destruir España, dejándola frente a nuestros ojos como un país irreconciliable consigo mismo. El sufijo “isma” (volviendo a nuestro tema) fue un elemento de discordia.
Para concordarse con esta significancia, el término “moro” ya era preconsabido que era equivalente, un miembro más de la fuerza cultural que representaba el Islam como cultura y saber.
La palabra “morisco” era lo que más se acercaba a esa connotación y así crear un punto y aparte en la sociedad española durante los siglos XVI y XVII. No estoy acusando a Felipe III ni a su valido. Ni siquiera estoy admirado por la labor propagandística de los lingüistas que eligieron tal término, creando toda especie de sartas y engaños, que acabó aniquilando las ilusiones de los moriscos y de aquella España que aún hoy está en lucha consigo misma.
Sigo en la misma opinión que favorece la intervención del Dr. Jaafar.
Cuando Abu Abdilehi (Boabdil, el chico) entregó las llaves de Granada a los Reyes Católicos, se firmaron unos acuerdos con el nombre de “Capitulaciones de Granada” a finales de noviembre (tal vez, el 25) de 1491. Entre los puntos que se debía respetar, acatar y aplicar éstos eran los más representativos:
“Que sus altezas y sus sucesores para siempre jamás dejarán vivir al rey Abdilehi y a sus alcaldes, cadís, meftís, alguaciles, caudillos y hombres buenos y a todo el común, chicos y grandes, en su ley […] ni los perturbarán los usos y costumbres en que están.
Que los moros sean juzgados en sus leyes y causa por el derecho del xara que tienen costumbre de guardar, con parecer de sus cadíes y jueces.
[…]
Que no mandarán sus altezas ni el príncipe don Juan su hijo, ni los que después dellos sucedieren, para siempre jamás, que los moros que fueren sus vasallos traigan señales en los vestidos como los traen los judíos.
Que el rey Abdilehi y […] todo el común de la ciudad de Granada y del Albaicín y arrabales, y de la Alpujarra y otros lugares, serán respetados y bien tratados […] y se les guardarán sus costumbres y ritos […].
[…]
Que ningun moro ni mora serán apremiados a ser cristianos contra su voluntad […].
[…]”.
Sin embargo, alrededor de 1500 y 1502 (y puede que haya sido mucho antes sin lugar a dudas), esos acuerdos se romperían con la nueva política, esta vez de Cisneros que obligaba a todos los mudéjares a elegir entre el bautismo o la expulsión. Aún con la conversión forzosa de estos “cristianos nuevos”, se crearía el Tribunal de la Santa Inquisición para perseguir a los enemigos de la Iglesia y la Monarquía española que controlaba casi toda Europa.
Una prueba de esta persecución es el morisco Gerónimo de Rojas, natural de Hornachos, acusado por cometer herejía y profesar “la perversa y reprobada secta de Mahoma”.
Resumiendo esto, los moriscos serian marginados como los “anusim” (los sefarditas expulsados de España) habitando las morerías, como guetos, de las Alpujarras y otros lugares como Aragón y Extremadura (después de la diáspora de los moriscos granadinos).
Ahora opinaré en contradicción con el Dr. Jaafar; y por ende, conmigo mismo.
El Dr. Jaafar había dicho que el término “morisco” estaba mal empleado, que se debía emplear mejor “andalusí” o “natural de Al-Ándalus”.
No se puede aceptar tal término porque englobaría al musulmán de toda la época árabe en la península; es decir, desde 711 hasta 1609 ó 1612, 1614.
No digo que el Dr. Jaafar no tenga razón, pero aquí el término “andalusí” crea una confusión muy considerable.
A veces, no siempre acertamos con las palabras. Recuerdo un día en clase cuando el profesor de Literatura nos contó una anécdota acerca de una palabra que provocó la guerra (si no me equivoco) entre dos países.
Esto sucedió el día del entierro. Se levantó el que tenía que presentar sus condolencias al marido viudo que ocupaba en aquel entonces también un cargo importante y ése le dijo, leyendo la hoja: “Todos aquí presentes lloramos por la perdida de su mujer […]”.
La verdad es que el que lo leyó no tiene la culpa porque solo estaba (tal vez) leyendo lo que el otro escribió; pero, en parte también participa. Tenía que hacer un esfuerzo mental (como el que les pedí antes) adicional y así reservarse este lamentable y monumental descuido fonológico.
Otro error garrafal es del quien escribió esa nota, olvidándose del mendigo acento. Muchas veces, los acentos se olvidan. Los acentos están para que se pongan, para que se lean y no sirvan de adorno para los más vagos y faltos de criterio.
Olvidemos esta anécdota, pero sigamos en la misma línea. Como dijo Ortega y Gasset, a veces, el idioma calla muchas cosas, la circunstancia (es decir, el contexto del acto de habla) acaba por desnudar la lengua. Tiene mucha razón Gasset cuando afirmó que “el lenguaje es un utensilio tosquísimo que no cumple lo que promete”. El lenguaje en este caso es el idioma.
También en el mismo idioma suele haber quid-pro-quos y confusiones. Me estoy refiriendo a los refranes y a las frases hechas.
Pongo este ejemplo aunque sea de habla coloquial: “haber moro en la costa”, su significación es ésta: “estar presente alguien que no se conoce o en quien no se confía”.
Una vez más, esta vez, el “moro” de manera general es presentado en esta imagen como un intruso en quien no se debe confiar, un extraño que en cualquier comento nos puede atacar, robar…
Curiosamente, los refranes son prejuicios en mayúsculas. Existen refranes que son como leyes “absolutas” y otros como lemas de rebelión. Esto es lo que dijo Ortega y Gasset sobre una frase hecha en su Meditación del pueblo joven, pag: 96:
“Pueblo joven es una frase hecha – un tópico que circula por el habla cotidiana - . el ámbito social está lleno de estos tópicos o lugares comunes que van y vienen, los cuales son semi-ideas anónimas que encontramos ya fraguadas, no se sabe por quién, ideas como municipales que usamos como usamos de los servicio públicos y que tienen la misma procedencia y carácter parejo a éstos. […] De estos tópicos que usamos, sin repensarlos por nuestra cuenta, a crédito, como el papel moneda, los hay que son grandes verdades y los hay que son grandes necedades. El hombre vulgar no distingue los unos de los otros: cuando se pone a hablar se monta, sin más, en el tópico que pasa como en un tranvía”.
Por lo tanto, a mi parecer, y para distinguir cronológicamente a los moros, es certero el término “morisco”; es decir, acepto la distinción cronológica mas no la connotación sintáctica, social e ideológica. No estoy en ningun momento sojuzgando a los pobres moriscos, bastante tuvieron con su pasado y el destino que están viviendo cada día.
Una cosa es el lenguaje y la espontaneidad impulsiva, otra cosa es la realidad histórica. La realidad histórica es la base de cada país. Nosotros, que somos los componentes de esta realidad histórica, no podemos empeñarnos en la esclavitud lingüística, sino en reivindicar la memoria histórica, nuestro legado como seres humanos.
Como anteriormente dije, el Pr. Mostafa Adila había afirmado que aún se desconocen los motivos que sentenciaron la expulsión de los moriscos. Es obvio que el destierro forzoso de millares de moriscos no fue una cuestión, esencialmente, religiosa. Afirmar tal cosa sería un ejercicio de petulante pedantería y de mal gusto. La problemática va mucho más allá que la simple voluntad eclesiástica y la férrea ambición monárquica de los Austrias.
Con la toma de Granada, los Reyes Católicos y los sucesores al trono austriaco abogaban por la unificación territorial, religiosa y racial; es decir, la “limpieza de sangre”, la reivindicación de la sangre “neogoda” como así atribuiría el dramaturgo Lope de Vega.
El Descubrimiento de América supuso la emigración de los españoles, soldados y mercenarios, conquistadores y órdenes religiosas, y el endeudamiento de la corona española. No solo el “Nuevo Mundo” traería la bancarrota a España, sino, también, la expulsión de los judaizantes. No nos olvidemos que los judíos eran un capital suficientemente considerable y originaban enormes ingresos para la economía española.
La Monarquía española pareció no haber aprendido la lección con el duro varapalo a su economía y decidió tomar medidas drásticas en contra de los moriscos.
Ya con Carlos V como emperador, los moriscos no eran el único problema al que se enfrentaría la monarquía. La corriente reformista en Flandes cada vez más cobraba fuerza hasta que Carlos V terminó por reconocer la vertiente protestante (Concilio de Trento entre 1545 y 1563).
No obstante, al que más temían los españoles durante los reinados de Carlos V y Felipe II era a los otomanos. El Gran Turco avanzaba hacia el mediterráneo y, sobre todo, a su lado tenía el fiel apoyo de Barbarroja, Gobernador de Argel que se ocupaba de atacar los barcos españoles que venían de América repletos de oro y plata.
Los moriscos, que eran musulmanes, vociferaban las victorias turcas y los ataques berberiscos con lo cual era visto en España como una clara señal de que eran aliados de los turcos. No nos olvidemos tampoco que estos moriscos eran españoles y, sobre todo, musulmanes; es decir, aún estaban anclados en ese Al-Ándalus moro y no verían, por lo tanto, con malos ojos una invasión por parte de los otomanos. Los moriscos harían lo que hicieron los judíos cuando todavía estaba reinando la dinastía visigótica en la Península Ibérica.
Los moriscos eran marginados en la sociedad española, estaban despojados de sus ritos y costumbres, obligados a tener nombres cristianos, a llevar atuendos cristianos. Se sentían lejos de sus ancestros. Muchos se inclinaron hacia la “taqiyya”. Pero nunca renegaron de su religión, nunca dejaron de ser musulmanes.
La Monarquía española quería hacer ver que la expulsión morisca fuera vista como un motivo principalmente religioso. Yo creo, en cambio, que fue, más bien, una estrategia política para cortar el avance de los turcos a pesar de su derrota en Lepanto (7 de octubre de 1571).
España, capitaneando la Alianza Cristiana, y el Gran Turco también llevó a cabo su “Guerra Fría”. España expulsó a los moriscos como asimismo la Unión Soviética instaló sus misiles nucleares en Cuba. España supo cómo jugar sus piezas y en eso los turcos eran totalmente inexpertos – admitámoslo – y no entendían de estrategias ni de astucias. La única estrategia que tenían en la península era los moriscos. Solo quedaba Argel y Barbarroja que cada vez más se veía debilitado por la protección de los barcos españoles y la nueva política corsaria de Felipe III.
Con la expulsión de los moriscos, se derrotaría, según Felipe III y su valido sagaz, un aliado fiel y descomunal de los otomanos. Felipe III, que sabía perfectamente que el imperio de su padre se desmoronaba a pasos agigantados, quería disimular ese poderío a Inglaterra que era la potencia en ese momento, otro enemigo que tenía junto a los otomanos. El rey quería imponer su hegemonía decadente, mostrar al mundo que el imperio en el que no caía el sol era todavía invulnerable como las décadas anteriores.
El desastre noventayochesco terminó por condenar los delirios de grandeza que afirmaba a diestra y siniestra la monarquía. Autores consagrados coincidieron, y Ortega y Gasset como voz de reflexión, lamentó que la culpa de España era su pasado, la gloria que todos conocemos y nunca queremos olvidar: la inconsciencia de la propia inferioridad.
Y concluyó esta conferencia, interviniendo el estudiante Tarik Bubker. Tarik dijo que los moriscos fueron bien recibidos en la costa africana.
No nos olvidemos que los moriscos eran españoles; es decir, extranjeros y por lo tanto, eran vistos como seres extraños que venían a invadir su país y a quitarles sus propiedades. Tampoco nos olvidemos que estaban bautizados por la Iglesia, públicamente eran cristianos y constituía una verdadera amenaza para la estabilidad social, sobre todo, una sociedad con mayoría musulmana (por no decir toda la sociedad) y conservadora.
En otras palabras, los moriscos nunca se sintieron integrados, se veían como traidores a la patria que era España y a su Fe que era el Islam.
Los moriscos y su historia se parecen a la historia de España. Siempre, a pesar de que rindamos homenajes y recordatorios, los hechos y los datos están y estarán ahí. Los moriscos siempre estarán renegados de su historia porque en su historia, en la historia, reside su origen, el hogar donde nacieron. Exactamente así está España, renegada, la “España injusta y generosa” como dijo Borges cuando obtuvo el Premio Cervantes, renegada de su pasado, en continuo conflicto consigo misma.
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